sábado, 26 de febrero de 2011

Recitales donde lo que menos importa es leer

Lo mejor de haber ido a presentar mi libro que ya no existe a la Feria del Libro (de 3 o 4 puestos) de la UES fue haber visto a un muchachito que, supongo, llegó cuando la presentación ya estaba comenzada y se paró por una de las patas que sostenía uno de los toldos y vi que me miraba mientras yo leía desganado. Al rato, ni me di cuenta, estaba él sentado en la primera fila de cuatro, entre las 21 personas presentes. Leyó Alberto. Saúl de Paz nos hizo algunas preguntas que creo, siento, que contesté de mala manera. Qué feo que digan que lo tienen que leer a uno por el «gran esfuerzo que hacen estos jóvenes escritores, promesas de la literatura nacional», y quién sabe qué otros calificativos ya hechos y repetidos cada vez que un maje tiene la desvergüenza de ponerse a leer lo que escribe en público. Qué feo que se conmemore los 170 años de la UES con una Feria del Libro donde lo que más me dio ganas de comprar fue unos dulces de nance. Qué feos los toldos, en general. Hacia el final de todo (unos 20-30 minutos que duró), esperaba que alguno de esos 21 espectadores dijera algo, preguntara algo, reclamara algo. El moderador, Saúl de Paz, abrió el espacio para eso y sólo se oía estudiantes de Arte hablando caca a un lado, cerca. Gente pasaba rumbo a otro lado, viendo todo con curiosidad o el ceño fruncido. Se dio por terminada la actividad. El muchachito se paró mientras me miraba, pensé que se dirigía hacia donde yo estaba sentado. Medio le sonreí o puse un gesto como queriendo decir «¿qué ondas? no soy tan rancio como me veo», pero siguió de largo, hacia mi derecha, como yéndose. Se detuvo ante un pasamanos de las gradas de la Escuela de Artes y yo lo seguí todo el trayecto. Vio hacia abajo, hacia ese nivel de ese edificio que parece estar un piso bajo el nivel del suelo; se dio la vuelta y regresó por el mismo camino. Pensé que quizás sí me hablaría. No dejé de verlo. Me vio, quitó la mirada, me volvió a ver (la gente se ve y se deja de ver a cada rato, demasiado); pero nunca se acercó. Se fue, en dirección a la rectoría. Yo me quedé, hablando caca con mis amigos (cual estudiante de Artes). Saúl de Paz nos invitó a Alberto y a mí a su oficina a tomar café y a hablar sobre cómo los talleres de literatura y música prevendrán que los jóvenes anden en cosas malas y, bueno, lo único bueno de esa plática fue que el café tenía ron, del que tiene Saúl de Paz en su oficina. El ron sabía a mezcal, quizás eso era.