jueves, 17 de marzo de 2011

Christian Santiago Cartagena Tobar

Tenemos fotos juntos, algunas ya perdidas, otras en casas de gente que fue compañera nuestra en el colegio y que ya jamás veremos. Tenemos historias en común, ahora recordadas desde dos puntos de vista diferentes. Vos tenés historias que yo ya no recuerdo y yo tengo historias que ya no recordás. Tengo el pelo largo. Vos ya no has de tener el pelo rubio, quizás sí. Lo que sí es seguro es que ya no tenemos la ropa que llevábamos cuando nos conocimos, porque son los uniformes de preparatoria, estilo marinero azul marino con rayas blancas y zapatos negros lustrados por nuestros papás. Tengo una foto de ese año, de 1991. Vos estás serio y tu cara resalta de entre todas las caras de los niños, por blanca. Se nota que vas a ser guapo. Yo soy el penúltimo de la última fila, la de más arriba, lejos de vos, donde algunos estamos parados en unas sillas para que se nos vean las caras. He llegado tarde y soy el único niño despeinado; parezco estar sonriendo. No se nota que llegaría a estar así, así como estoy en este momento en que escribo. 
Vos jugabas fútbol y eras el único que no encontraba raro que yo no jugara, al menos nunca lo dijiste. Tenían una forma peculiar de pronunciar la ere vos y tus hermanos menores (tu hermano y tu hermana menores), cosa que nunca me creyeron por más que los hacía pronunciar «naranja» comparándolos con otros compañeros que repetían lo mismo, pero nos reíamos. Nuestras mamás iban a la misma iglesia, aunque nunca lo supieron. Yo lo supe porque te encontré en la escuela dominical el año en que estudiaste en otro colegio, y me dio gusto verte porque tenía meses de no saber de vos y eras la única cara amable en aquella aula hostil sólo de niños que competían con otras aulas a ver cuál le cantaba más fuerte a Dios. 
A los doce años, vos fuiste Edipo y yo Layo (o al revés) para una tarea de Lenguaje y Literatura. Otra amiga fue Yocasta. Era octubre, casi Halloween, y compramos sangre artificial en La Mega Tapa para recrear el nacimiento de Edipo y los suicidios de manera muy gráfica. Yo adapté el texto horriblemente, pero tuvimos 10 de nota. Por ese tiempo, nos robamos 10 colones que alguien había dejado en la ventanilla de una tienda donde nunca nos atendían. Alquilábamos películas en VHS para verlas en la casa de otra compañera que siempre pasaba sola. La bicha del  grado que criticaba todo nos comentó una vez que yo no hacía ruido para comer y vos sí. La más tonta te molestaba diciéndote Chiristian en vez de Christian porque le parecía chistosa la ortografía de tu nombre. Jurábamos por Dios cuando queríamos asegurar que nos decíamos la verdad. Te gustaba Korn. 
Un día, en septiembre de 2000, te dije que me gustaban los cheros. Quizás nunca te habían contado algo así porque pasaste toda la mañana conmigo, preguntándome cosas y diciendo que no lo podías creer. Escribiste en mi cuaderno la fecha de ese día y «lo confesó». Perdí el cuaderno. A los días me confesaste vos un secreto que no querías decir a nadie en el colegio: en unas semanas te irías del país, a vivir a Estados Unidos con tu familia. No querías pasar por tener que despedirte de todos, pero al final lo tuviste que hacer. Uno de los más evangélicos de los compañeros se puso a llorar y oró por vos. A mí me dio risa. La profesora llevó panes con frijoles para todos porque «allá esas cosas se extrañan»; pero todos los pasamos al de atrás hasta que llegaban al último de cada fila y los botaban por la ventana. La profesora que tuvimos en quinto y sexto grado te regaló un capirucho que decía «El Salvador», siempre la odiamos. El último día que fuiste a clases, la directora te despidió junto con tus hermanos ante todo el colegio y tuviste que hablar en público. Ella se puso a llorar y se bajó del escenario. Yo nunca te había visto hablar en público y me sorprendió la facilidad con que lo hacías. Es que yo siempre había sido un bicho de certámenes de poesía y oratoria, siempre leyendo en público las palabras de otros. 
En la tarde, nos vimos en la casa de una compañera para despedirte... ¿más íntimamente? Estaban unas cuantas niñas, las más tontitas y feas; las que aún son así, seguramente. Te decían que tenías que regresar a casarte con una salvadoreña, que no las olvidaras, que no sé qué, cosas de esas como «se te estima». Te tomaron fotos. Se tomaron fotos con vos. Nos tomaron una foto en un sillón donde estamos sentados a la par, y como yo estaba sentado con la pierna cruzada, vos también la cruzaste, imitándome, y así salimos, riéndonos, junto a otro compañero que también cruzó la pierna porque vos la cruzaste por mí. Yo era muy torpe (aún lo soy) y seguramente actué como que si te vería al siguiente día entrando temprano al colegio con la actitud de siempre, de «esto es lo más normal del mundo». Actué como si aún había deberes por hacer en pareja y copias que pasarse en los exámenes; como que si no sentiría en los siguientes meses algo extraño como cariño con nostalgia con enamoramiento mezclados como en toda sensación adolescente que no se sabe qué es; como que si no soñaría con vos 11 años después y pasaría todo el día recreando el sueño constantemente, tratando de encontrarte en Internet sin lograrlo y volviendo a ver las fotos, las únicas dos fotos, las fotos esas donde tenemos cinco años y catorce.

3 comentarios:

LuisAlejandro dijo...

bonito.
me dio hasta saudade.
es que parece que caía bien el tal muchacho.

La Flor dijo...

De verdad, lindo.

Nadie dijo...

LuisAlejandro, sí, caía bien. Ahora temo que sea reggaetonero o una onda así.
La Flor, muchas gracias (: