16 de octubre de 2011

Ruta de Nadie

San Salvador es una ciudad pequeña donde, según sus habitantes, caminar cinco cuadras es caminar lejos. En quince minutos se puede ir del desorden y el bullicio del centro a la relativa calma de los centros comerciales que se han vuelto sustitutos de espacios públicos para la clase media. En San Salvador se camina rápido porque cada minuto menos en la calle es menos probable morir. La lucha por subirse al bus en la parada es, en el fondo, una lucha por vivir otro rato más, sobre todo si comienza a oscurecer.

A San Salvador no se le puede querer sin condiciones. Es difícil encontrar un lugar donde sentirse totalmente tranquilo. Siempre habrá un vigilante que corrija la manera de sentarse, que determine si se puede entrar o no a equis lugar. Siempre habrá alambre razor sobre los muros. Siempre habrá una mirada sospechosa que personifique ese peligro del que tanto hablan en las noticias. Pero, nunca pensaremos en la posibilidad de que ese seño fruncido es la máscara, el mecanismo de defensa, contra el miedo que nosotros mismos inspiramos.

Es fácil odiar esta ciudad. Es difícil encontrarle algo bello. Pero si uno desafía por unos minutos la muerte y las contaminaciones, si uno pretende no escuchar el caos por un momento, se puede descubrir detalles, lugares, personas y costumbres que nunca antes se vieron con belleza; y cuando el ruido comienza a irrumpir nuevamente y el latente peligro paranoico acelera el ritmo cardiaco, uno ya ve esta ciudad como por primera vez, como recién descubierta y ya no sólo se le odia, sino también, a la vez, se le ama.

Uno ama la música a todo volumen en el transporte colectivo: banda sonora de bachatas que ameniza los atropellos, los malos tratos, los roces de senos con nalgas con caras, los asaltos. Uno ama la estrategia mercadológica por excelencia: payasos en las entradas de ventas de electrodomésticos atrayendo clientes con chistes y cumbias. Se aman las paredes tapizadas de películas piratas, las señoras midiéndose las cinturas de los pantalones en el cuello; los gritos en las plazas, los murales en iglesias, los volantes repartidos de mano en mano que anuncian, desde hace mucho, el final de los tiempos.

1 - Mega Boutique
Una de las tantas tiendas de usados de San Salvador ubicada en un edificio neoclásico donde funcionó un gran banco. Se podría contabilizar por cuadra el número de estas tiendas en el centro de la ciudad. Aquí la gente compra ropa, adornos, muebles para usar en la vida diaria, para usar de escenografía en una obra de teatro o como insumos para piezas de arte contemporáneo. Ocasionalmente, se pueden ver señoras peleándose por alguna prenda especial.

2 - Iglesia El Rosario
Esta iglesia moderna es una rareza en medio del caos y el calor del centro de San Salvador. Fue diseñada por el arquitecto y escultor Rubén Martínez en 1964 y terminada en 1971. Se trata de una enorme bóveda de bloques de cemento sin recubrimiento, formada por dos arcos, coloreada en su interior por la luz que atraviesa los vitrales arcoíris protagonistas de la ornamentación del templo. Ahí cada detalle es una obra de arte impactante: el viacrucis de chatarra y cemento, los confesionarios descubiertos.

3 - Cuadra abandonada Colonia Bloom
Estas casas abandonadas, décadas atrás, por la clase media han servido como refugio de indigentes, soporte de las obras de grafiteros, escenarios para sesiones de fotos de poetas o artistas visuales y motivo de controversia por la construcción de una gasolinera en esa zona con importante valor arquitectónico. Parte de esa cuadra ha sido restaurada por la alcaldía y es sede del Complejo Artístico Cultural Bloom. Ahí se puede ver la última calle empedrada del centro de San Salvador.

4 - La casa de Salarrué
A no confundir con La Casa del Escritor, institución que funciona en este edificio. El atractivo principal de esta pequeña casa es que en ella pasó sus últimos años uno de los artistas más importantes que ha nacido en El Salvador: Salvador Salazar Arrué: Salarrué. Fue escritor, pintor, escultor, músico. Villa Monserrat (nombre de la casa), en los Planes de Renderos, se encuentra rodeada de atractivos como el peñón-mirador La Puerta del Diablo o el Parque Balboa.

5 - Edificios de aulas A y B de la UCA
El complejo de edificios ubicado en el campus de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas», construido en la década del 70 es, curiosamente, mi lugar favorito de toda la ciudad. Ahí experimento una relativa tranquilidad que en ningún otro lado encuentro. Son dos edificios formados, cada uno, por cuatro tubos de cemento verticales y alineados. Las gradas que llevan al segundo nivel conectan los edificios con unas terrazas amplias desde las cuales se ven las ramas de los árboles y quedan al alcance de la mano.

6 - The Coffee Cup Metrocentro
Esta sucursal de la cadena de cafés tiene la característica de estar ubicada en uno de los centros comerciales con mayor afluencia de gente. Por ser tan céntrica, es el lugar de paso y de reunión de diversos tipos de personas. En estas mesas se escuchan conversaciones sobre literatura, sobre teatro; se planean proyectos editoriales, se hacen transacciones sexuales; se filosofa, se diseña planes (que nunca se llevarán a cabo) para solucionar la crisis económica y política del país. —

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