jueves, 24 de noviembre de 2011

Se duerme entre cosas

Huele a pintura, a lugar vacío, lugar blanco. La música es nueva, la afecta la mala acústica. Huele a carros, a interiores, carros ajenos siempre: San Salvador siempre detrás de las ventanas. Huela a comida que casi siempre es pizza. Se recuerda estar sentado, se recuerda estar arrodillado; se recuerda estar acostado en la noche, despierto, visualizando líneas sobre las esquinas de las paredes blancas y las divisiones del piso de cemento gris. Se ve la tarde, en el jardín. Se recuerda el almuerzo, el silencio y la sombrilla sobre la mesa. Las herramientas sobre el suelo, sobre la mesa, sobre la mesa sobre el suelo: utilizarlas, tenerlas, saber que están cerca, preguntar dónde se han colocado, prestarlas, escribirlas en una lista, mirar su precio, comprarlas, ponerlas a funcionar con nuestras manos, haberlas tocado. La música memorizada comienza a hacer recordar. Se revive la sensación, casi se vuelve a sentir. Sentarse en sillones cerca del aire acondicionado donde esperar reunirse y hablar, y verse a los ojos con la gente, y ser serio, y tratar de disfrutar, lograrlo y hacer disfrutar a un par de personas más, reírse. Se fotografían las cosas de al rededor con dedicación extraña, con concentración innecesaria, con amor casi, casi con sentimientos intensos, como que fueran alguien. Se comienza a personificar. Se modifican las paredes un poco. Se cuelgan cosas. Se espera la hora. Se usan computadoras. Se toman bebidas. Se espera gente. Se lo ve. Hay saludos, gente que entra, que no sabe, que quiere algo y no sabe qué, que casi pide algo; que camina por ahí, cerca, que platica entre ella y bebe y no sabe qué pasa; gente que siempre llega, gente que llega a ver, que coincide, que comenta lo contrario a lo que ocurre, que cruza los brazos, que cruza miradas y calla, que se le menciona por su nombre. Pasan los días. Viene un día después del primero. La noche continúa después de la primera noche, continúa en soledad. Se usa la computadora, se chatea, se da explicaciones, se piensan muchas cosas rápido; se ven los colores, los colores elegidos, se piensa en el futuro, se registra, se siente sueño, se quiere leer; se ríe, se habla cosas, se comenta, se fantasea, se espera algo, no se sabe qué exactamente. Casi se respira la poca arena del suelo. Casi se descascara la pintura. Se duerme entre cosas. Se oyen las voces. Se disfrutan las sombras, se las contempla. No se imagina la música de los días que vendrán. Se registra. Se sueltan cabellos. Vendrán los días de recorte, de aromas peculiares, particulares de esos días. Se inventaría mentalmente. Los brazos caen la suelo. Vendrán los días de los amigos llegando, de no saber qué hacer, de hacer; de bañarse, de abrir maletas a diario, de subir escaleras a diario, de bajarlas a veces. Vendrá el día de los discursos, de los juguetes, de casi caerse y fantasearlo. Vendrá el día del último día y no se creerá nada, nada de lo que se hizo anteriormente, nada de lo que está pasando: los lugares donde se entra a cenar, a viajar en carro, a conocer escenarios de las historias que se han contado; a ver las caras de las gentes por la calle, de los amigos al lado y enfrente, de las fotos de hace algunos años donde ya se tenían los gestos actuales que se han visto a veces con extrañeza y se han conservado intactos en la memoria o modificados; embellecidos, ahora, por ser tonto.

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