Estoy en Guatemala. La hora ha de ser entre la una y las cuatro de la tarde. Voy bajando por un camino arado en la ladera terrosa de donde me muevo. El Sol se cuela entre los árboles y me ilumina por secciones definidas verticalmente. El Sol me raya, parezco vestido de tigre dorado y mis ojos centellean al ritmo de mis pasos. El polvo se desprende de todos lados y a partir de mi cintura estalla en volutas color de mi piel. La tierra de este lugar es muy húmeda, café, casi roja. Me detengo.
Estoy ante una casa de madera oscura, ahumada y con voces que le manan. Un humo de verdad, gris, sale por un lado, violento. Pienso: "este humo es de verdad, no es de cuento". Sé que adentro vive mi madre: no hay duda de eso. Huele a su comida. El humo me irrita los ojos.
Mi mano se pierde en la puerta cuando quiero abrir. El color de la madera y de mi piel es el mismo. Empujo y siento la suavidad del movimiento de la puerta abierta, confiada, sin temores y amigable. Muchos hombres están sentados adentro en bancas, en bancos y en mesas. Todo es de madera. No hay manteles. Al fondo de la casa, mi mamá maneja cacerolas gigantes, ahumadas, de verdad, no de novela. Hacia ella me dirijo y mientras me acerco, mientras esquivo el humo y las voces, la voy viendo más joven. La saludo y ya tenemos la misma edad. Ella está delgada y no tiene la cicatriz de la frente. Su pelo sigue rizado y confirmo que así siempre ha sido. Me sonríe entre sus brazos que no paran, entre el golpeteo de cucharones contra ollas.
Me dice que ya tenía mucho de no llegar, que ha vivido cada día que no nos hemos visto y que tiene una amante. Su amante es igual de joven que nosotros y trabaja a su lado; la reconocí por la sonrisa que se le formó cuando mi mamá me contó de ella. La amante es morena y no tiene nombre, sólo dientes blancos adentro de una sonrisa. Siento que me quiere por cómo me mira y por cómo no me habla. Le digo a mi mamá que estoy contento por ella. No estoy feliz porque ya no la quiero tanto, pero sí estoy contento: es así. "Hemos hablado mucho" —me dice— "sentate en la ventana que siempre te ha gustado eso". Voy.
Voy hacia la ventana y me tropiezo con una muchacha perdida. Joven es; zarca y pelo liso: largo y castaño; morena. Evito la caída se aferra tres segundos a mis brazos. Noto que llora y no sé cómo preguntarle si está bien. Contesta mi mirada gritando insultos empapados en dolor hacia mi madre. Le dice: "puta, perra, maldita". La joven zarca es la otra amante de mi madre, con la que le es infiel a la callada, a la muda. Se arma un pleito de tres mujeres. Los hombres que comen no paran, les entra más hambre con el espectáculo. Nunca llegué a la ventana.
Sí llegué a la puerta trasera, la puerta de la salida que es de metal, no de madera. Afuera de la oscura casa, vi que aún era de día y respiré hondo, exhalando toda la sensación negativa de los problemas de mi mamá. Observé ese lado de la ladera donde mi mamá había incrustado su casa. Mis ojos competían con los rayos del Sol. Un pie comenzó mi camino hacia arriba y pensé: "he de estar en San Pedro La Laguna". Otro pie continuó mi rumbo y junto al otro definieron mi destino. Si recuerdo bien, arriba, a unos metros, venden zapatos artesanales. Espero tener dinero en mi bolsa. Revisaré más tarde. Espero comprar dos pares de zapatos y seguir, seguir hacia arriba, subiendo este cerro y perderme en la bruma. Llegar a la noche.
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Nueva etiqueta para intentar contar lo que sueño.
4 comentarios:
Desde el inicio de la lectura pensé que se trataba de un sueño!!!
Yo también sueño cosas raras y no me gusat! :-(
Saludos y que bien que se acuerde de mi al ver a ese viejito jeje
Me gusta.
Sólo iba a decir eso y de repente me imaginé esto como una escena de Satyricon de Fellini, o en ese estilo.
S0y la Que No Buscas, escriba sus sueños, mejor. Tal vez, así, no le dan más miedo.
Orpheo, :O no lo hubiera imaginado así.
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