martes, 31 de julio de 2012

Lesbiana del Método Palmer

Es seguro que su nombre es de mujer. La llamaré Silvia en esta línea.
Sentada frente al banco, ha, quizás, construido ella misma unos estantes metálicos para libros usados que vende y ahí están
apilados y desteñidos, arrugándose.
Tiene el pelo corto, ondulado casi en rizo; raíces oscuras y puntas rubias,
[lista de características de una mujer masculina],
ojos claros, una mujer sentada al lado que no nombraré;
pero a Silvia la nombraré Jessica en esta línea. La recordaré, aquí, gritándoles cosas a los buseros que la ahúman, que las ahúman, que les ahúman. Pienso que le han de decir Jessi. Esa mujer le ha de decir Jessi porque yo he decidido que es su amante y que viven juntas; juntas crían a ese niño que a veces está con ellas siendo ahumado, gritándoles a los buseros que pasan y les gritan también, quemándose al sol, sentado ahí.
Jessi… la llamaré Berenice de aquí en adelante. Ella a mi derecha disolviéndose en ráfaga de color y sonido cuando voy con prisa hacia el poniente de San Salvador. Ella a mi izquierda opacada por la luz escasa anocheciendo, cuando voy hacia la casa de mi papá, viendo entre las manchas del camino las manchas que son los libros que ella vende
casi en la esquina de un banco que en mi infancia era librería
que ahora es mancha en mi recuerdo, como la mancha anaranjada que veo entre los libros de Cristina
y me detengo.
Método Palmer de Caligrafía Comercial.
La imagen aumenta en resolución y ya la veo mil ochenta por setecientos veinte. Yo niño sentado con brazos desnudos y lápiz en mano, encalleciéndome.
Paso un domingo y sólo veo los estantes metálicos vacíos, solo veo los estantes metálicos vacíos.
¿Y Cristina?
La nombraré Eugenia aunque no le guste ese nombre, aunque no le guste a la amante ni al hijo que le he asignado. Ella es un recuerdo que se activa cuando camino en esa cuadra de la ciudad. Ella es en quien pienso cuando veo a otra mujer así: masculina, camisa floja que disimula senos, piernas abiertas al sentarse, zapatos para correr y con los que camina
con esa imagen dura, impenetrable, asoleada y determinada por el calor de este invierno.
Hoy la encuentro. Nuevamente están las dos mujeres ahí sentadas, sin hablar, entre la vibración y ruido de San Salvador.
—¿Tiene el Método Palmer?
Se tarda más de lo normal en contestarme, casi un segundo más.
—Sí.
—¿Cuánto vale?
Agarra una bolsa que fue transparente y tiene tres ejemplares.
—Un dólar –miente.
—Me da uno.
Lo pone en mi mano. Lo hojeo. Mi cuerpo recrea sensaciones perdidas hace quince años y mi papá me regala este libro, lo odio, me gusta ver las planas, me frustra no poder hacerlas. Distingo rasgos de mi caligrafía.
—Tome –le doy el dinero.
—No tenemos bolsa –dice la compañera.
—No importa. Así me lo voy a llevar.
Y me sonríen. Las veo a cada una a los ojos y no evito la sonrisa o me la contagian. Camino. Mariana y su pareja detrás de mí. San Salvador se vuelve otra vez un túnel de manchas y ruido. Respiro el humo, me mancho en la piel y el sol me quema, sudo.
Es invierno.
La camisa se me camufla de dos tonos del mismo color.