sábado, 23 de febrero de 2013

Ceder

Cedí, nuevamente, y esta vez con todo el peso de mi cuerpo. No encontré razón por la cual seguir resistiendo, al menos en ese momento. Ante la gravedad, me dejé vencer y no hice resistencia a pesar de los frenazos repentinos, del pelo rubio de señora puyándome la cara, de las vergas de maitros rozándome las nalgas, de los hombros de niñitas rozándome el pene; no pude más seguir tensando mis músculos débiles, ni proteger mi cuerpo, ni apartarme. Metanseparadentro, topémono-topémono-topémono, caminemoparatrás porfavor, avancemojavancemojavancemoseñores, caminenparadentro, atrajayespacio atrajayespacio atrajayespacio atrajayespacio, colaboremoporfavorseñores. Entonces me dejé caer, cedí. Me amoldé a las formas de la violencia y permití que mi cuerpo se deformara tanto como las demás personas quisieran. No puse resistencia ante el frenazo. Doblado de la cadera, topé todo mi cuerpo al de la señora rubia porque la gravedad me tiró. Y, ante el acelerón, la fuerza tiró mi cuerpo en dirección contraria y el señor a mi lado sólo pudo asustarse, pensar en él, en su seguridad, y luego pensar en mí, en si me estaba muriendo. Nos rozamos, fuerte y apretados. Rocé las espaldas y las nalgas de cuatro gentes. Caí acostado entre los pies y el olor de los pasajeros; entre algún grito, la carcajada de un bichito. Cuando soy consciente de cuánto me duelen las coyunturas, no puedo evitar llorar, y lloré y reí por lo absurdo de todos los años que había resistido, de todos los años que estas personas viene resistiendo, por lo absurdo que estas personas han de verme tirado entre ellas, por verme, por verlos viéndome.