domingo, 25 de diciembre de 2011

Escena en julio

Liberá, de pronto, el mar.

Que cruce;
que llegue, incluso, hasta aquí
y arene los pies que nos detienen,
y traiga peces que puedan
nadar entre el suelo y los tobillos
de los que estamos.

Acostate boca abajo.
Dos nos pararemos sobre tu espalda.
Y arriba tu nariz,
donde está el aire
salado.

Los peces y tu silueta, la arena.
El masaje entre tu espalda y nuestros pies.
Los límites del agua.
Mi pelo te sombrea una figura
ondulada.
El viento y sus corrientes,
las del agua.
Resaltá tus pantorrillas, pecho en el suelo.
Tus vellos negros marcan las corrientes,
tu edad.
Ausente el color azul.

Nos tomamos de las manos y temblamos,
con detalle hemos sentido tu espalda tensarse.
Él suda más que yo
y el sudor delinea su frente hasta sus labios y su boca y su saliva hasta su garganta.
Reconoce el sabor de la playa y del recuerdo.
Cambia a pálido.
Lo veo a los ojos y deduce el mensaje más obvio.
Titubea,
pero te dice:

«Liberá, de pronto, el mar.
Que cruce, que llegue
a tu boca;
que no la lave, que la llene,
que delinee tu cuerpo dentro y lo sale.»

Tres dimensiones de agua encerrada sin luz.
Llenado rápido. Explosión.
Así, ya,
tu espalda blanda es el lugar indicado, el adecuado,
donde sentarnos,
donde respirar;
donde saber que es el final
y reconocerlo.

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