Garibaldi es grencho, casi no tiene nada que envidiarle la Plaza El Trovador (excepto la fama); se encuentra ubicada en una zona no tan bonita, unas cuatro cuadras atrás del Palacio de Bellas Artes. Es una plaza sin gracia y a los lados están las estatuas de los grandes exponenetes del género ranchero como Pedro Infante, Lola Beltrán, Juan Gabriel y otros que no recuerdo o no conozco. A las orillas de la plaza venden tragos. Las micheladas son las más ofrecidas.
Sólo una cosa sí me gustó de Garibaldi: la música; y esa música hace que las parejas se abracen y se besen, que se paseen borrachos y agarrados de la mano; que se besen grotescamente enamorados y, luego, quizás, se vallan a algún bar de los alrededores -como El 69- y ahí, entre pinturas fluorescentes de vírgenes, réplicas del Nacimiento de Venus de Botticelli y angelitos gordos; sigan emborrachándose hasta que los párpados les pesen y se abrillanten, y entonces se comiencen a sentir excitados y el roce de sus cuerpos los haga buscar un lugar más íntimo, sólo para ellos y barato.
Sólo una cosa sí me gustó de Garibaldi: la música; y esa música hace que las parejas se abracen y se besen, que se paseen borrachos y agarrados de la mano; que se besen grotescamente enamorados y, luego, quizás, se vallan a algún bar de los alrededores -como El 69- y ahí, entre pinturas fluorescentes de vírgenes, réplicas del Nacimiento de Venus de Botticelli y angelitos gordos; sigan emborrachándose hasta que los párpados les pesen y se abrillanten, y entonces se comiencen a sentir excitados y el roce de sus cuerpos los haga buscar un lugar más íntimo, sólo para ellos y barato.
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